Si sueles leer mi newsletter, sabrás que desde que empezó el confinamiento no he podido leer gran cosa. La verdad es que han sido pocos libros pero todos ellos me han sorprendido mucho y los he disfrutado desde el principio hasta el final. Un poco como me ha pasado con Agua salada de Jessica Andrews.
Cuando lo empecé sabía que tenía muchas papeletas de que me gustase (al igual que me pasó con Algo en lo que creer). Pero no tenía ni idea de lo mucho que iba a disfrutarlo. De la autora que descubriría al final. Y de lo mucho que me iba a acompañar durante el mes de junio.
Jessica Andrews vive en Barcelona y, tras perder a su abuelo, se mudó a su casa en Irlanda para escribir en este libro. Puede que encuentres muchas semejanzas entre Jessica y Lucy, aunque la autora afirmaba que solo había cogido algunas pinceladas de su vida para hacer esta ficción más emocional, visceral, creíble.
De qué trata Agua salada de Jessica Andrews
Agua salada cuenta la historia de Lucy, una chica joven que, tras crecer en una familia humilde y llena de fracturas, se muda a Londres para estudiar y encontrar, de paso, su hueco en el mundo. Sin embargo, la muerte de su abuelo hace que deba viajar al pueblo de éste (en Irlanda) donde pasó momentos importantes de su infancia. Aunque su abuelo no tenía un papel protagonista en su vida, su muerte hace que detonen en ella los recuerdos de su vida y, desde ese instante, se entremezclen momentos de su niñez y adolescencia con la actualidad.
«Me convertí en una experta en imaginación, pero los tonos purpúreos de las voces de mis padres acumulaban nubarrones y se precipitaban en mis sueños como lluvia»
En Irlanda, rodeada de montañas y mar, Lucy encuentra la calma y el cobijo que le había faltado hace tanto tiempo. Y por ello decide quedarse allí. Para recomponerse. Para pensar. Para añorar. En este Agua salada, que bien podría ser el mar o las lágrimas que no llegaron a romper, Lucy reflexiona sobre su infancia, sus decisiones, sobre el papel de Londres en su vida y sobre su familia. Especialmente sobre su madre, quien provoca en Lucy una auténtica fascinación.
Agua salada de Jessica Andrews habla sobre el amor. No el romántico ni empalagoso. Sino del amor entre una hija y su madre. Sobre cómo juegan un papel imprescindible en nuestras vidas, dándoles sentido y traduciendo todo aquello que no entendemos. Por mucho que todo vaya mal o que hayan cosas que duelan. Habla sobre un amor incondicional que reluce independientemente de lo que pasee o hagan.
Lo que hace especial el libro
Jessica Andrews mezcla la melancolía, la crudeza de desprenderse de la infancia, la pérdida de la inocencia y el miedo a encontrar tu lugar, en un cóctel delicioso que huele a mar, a hogar, a recuerdos y remordimientos.
El libro, compuesto por cuatro partes, va desmigando poco a poco los recuerdos de la protagonista en un rompecabezas repleto de piezas de puzzle. La autora en ningún momento te sitúa en el tiempo en el que se desarrollan los recuerdos, sino que conforme vas leyendo, éstos van componiéndose poco a poco en tu cabeza hasta que tienes las piezas suficientes como para comprender todo. Casi como si fuese un diario caótico pero tremendamente revelador.
«Yo oscilaba entre una sensación de orgullo por haber salido de aquello y un remordimiento doloroso por haberlo abandonado todo.»
En la vida de la protagonista vemos cómo el papel de su madre es imprescindible para ella. Esta relación es la que mantiene todo el hilo argumental del libro. La fascinación de Lucy por ella es total. Desde sentir el aroma de su perfume en un abrazo u observarla sobre cómo se relaciona con otros que no sean su familia. Si Agua salada de Jessica Andrews fuese una película, las escenas de la madre pasarían en cámara lenta con un tono cálido y unas bombillas de fondo iluminándola.
Los fantasmas de la infancia y la adolescencia
Otro aspecto del libro que me impactó muchísimo fue el ver como poco a poco la protagonista debía desprenderse de la inocencia de la infancia. Cambios en su cuerpo, en cómo le miraban los hombres o en las cosas que debía dejar de hacer por haber crecido. Este golpe tan doloroso y abrupto, hace que Lucy no pueda evitar sentirse pequeña y prescindible. Y ese sentimiento le acompaña en gran parte de los pasajes de su vida.
«A veces, por la noche, bailo en la cocina. Es otro tipo de baile, un baile que sólo puedo hacer sola. Es una burbuja que repta por mis músculos. Es agua sucia chorreando de una manguera tras un invierno enrolladas en las tuberías del fondo del jardín, oxidada, resentida y desesperada por ser libre.»
Puede que nada de esto parezca original, pero la forma en la que la autora revela poco a poco este crecimiento y el descubrimiento de facetas de su vida (como la de su padre ausente, el dolor de su madre por tener un hijo diferente que la necesita constantemente o el sentimiento de haber tenido que hacer frente a todo ello siendo demasiado joven), aportan frases sutiles pero desgarradoras. Está escrito con un talento increíble, con muchísima franqueza y detallismo. Quizá, que la historia tenga pinceladas de la vida de la autora, haya provocado este realismo tan visceral.
Agua salada ha sido uno de ésos libros que absorbes a sorbitos por miedo a que se termine demasiado pronto. Con un ritmo lento, repleto de detalles y frases lapidarias de las que te hacen pensar. De esos que, en medio del caos, consiguen amortiguar el ruido y hacerte pensar con claridad, meterte en la piel de los personajes y reflexionar.