Ilustración de Srta. Rous |
En la época dorada, se les consideraban semi-dioses. En su interior albergaban todo tipo de conocimientos que los mortales querían poseer, y por ello eran preguntados continuamente. Se les abordaba detrás del mostrador, al salir del almacén e incluso entre estanterías.
Menos mal que siempre existirán los blogs literarios para ocupar ese vacío que nos dejó la extinción de los buenos dependientes de las librerías.
Lejos de querer ofender a ningún librero o dependiente, he de añadir que este texto lo redacté tras tener una experiencia regular en una tienda que me gusta mucho.Fui a comprar un libro a la Fnac Alicante y le pregunté a un dependiente sobre qué libro me recomendaba llevarme entre todos los que tenía en la mano (de Jack Kerouac, William Burroughs y Charles Bukowski). No sólo no me ayudó si no que tampoco tenía idea de los libros sobre los que le preguntaba (algunos de la generación Beat, algo bastante conocido para casi cualquier lector, y más si te dedicas a vender libros). Me despachó rápidamente diciéndome que bueno, que comprara el título más conocido de los que tuviera en la mano. Este fue un caso aislado que ha provocado un texto exagerado, pero me hizo darme cuenta que hacía tiempo que ningún empleado conseguía ayudarme y venderme directamente un libro; y por ello quise hacer esta pequeña crítica.
Obviamente no creo que deban leer todos y cada uno de los libros que hay en los establecimientos, pero a veces se echa en falta amabilidad y atención. No cuesta nada echar un vistazo en Google y revisar la puntuación que tiene el libro o comentarios al respecto, o tomarse la molestia de preguntar a algún otro compañero. En especial cuando estás dispuesto a comprar en su sección. Aún así, estoy segura de que hay muchos empleados que si son profesionales y que tienen devoción por la literatura.
Nos leemos,