Los últimos románticos llegó a mi en agosto, aunque no fue hasta un mes después cuando de verdad encontré el momento para conocer a Irune, su protagonista. Y para acercarme a Txani Rodríguez, su autora.
Pero me alegro tanto de haberlo hecho y de haber descubierto este libro lleno de matices, de crítica y de realidad, que te cala los huesos poco a poco como si estuvieses en ese pueblo industrial junto a su protagonista. Una historia tan bien escrita y cuidada que dan ganas de abrazarla.
«Las cosas pasaron como pasan los trenes de mercancías: con un estruendo de velocidad anunciado desde lejos«.
De qué trata Los últimos románticos de Txani Rodríguez
Los últimos románticos cuenta la historia de Irune, una cuarentañera que trabaja en una fábrica de papel en un pueblo cercano a Bilbao. Su vida es bastante anodina y corriente: se levanta, va a trabajar, cuando vuelve a casa hace manualidades con los rollos que le regalan en la fábrica y se toma una caña en el bar del pueblo. Entre medias, visita a su vecina Paulina para ver algún programa de televisión juntas y también recibe en su puerta algún que otro acto vandálico por parte de su hijo (basura, pis, comida… depende del día, es bastante original en ese aspecto).
Nada de ello consigue trastocar sus rutinas y su soledad. Salvo las llamadas a Miguel María, un operador de Renfe al que llama con frecuencia pero al que nunca consigue decirle lo que siente ni comprarle un billete. Sin embargo, un día encuentra un bulto en el pecho que le provoca un auténtico torbellino de emociones, angustia y miedo. Miedo por las cosas que no ha vivido. Que no ha dicho. Que no ha sentido.
Sus pensamientos y sus angustias van grabándose a lo largo de las páginas escritas como si de un diario se tratasen, en capítulos cortos. En las que, sin necesidad de alargarse mucho en la extensión, Txani consigue recrear con detalles todo el trasfondo de la historia. Pudiendo imaginar los eucaliptos que rodean el pueblo, los tonos grises de las fábricas y la soledad de Irune, tan palpables como si de fotografías se tratasen.
La frase que me marcó
«Yo no puedo conciliar el sueño si pienso que cerca de donde estoy hay fosas comunes o personas enterradas en las cunetas. Ningún país moderno debería tener muertos sin sepultura. Hoy, que nos tienen a todos tan controlados, resulta incongruente, aunque solo sea por una cuestión de orden, que luego se tenga a los muertos por ahí de cualquier manera».
Lo que hace especial el libro
No había leído nada antes de Txani Rodríguez pero debo reconocer que su forma de narrar me sumergió en la vida de Irune desde el capitulo uno. Los últimos románticos es un libro sin adornos ni artificios. Breve. «Fácil de leer» por lo reducidos que son los capítulos pero con frases que te atraviesan y te hacen pensar antes de pasar la página.
Y cargadas de matices sociales. El conocer a Irune supone un vistazo a aquellos pueblos que cedieron su aire limpio y su bienestar a cambio de tener un pan que poner sobre la mesa. De cómo las fábricas irrumpieron en estos pueblos sin muchos miramientos ni cuidados. Y que no pensaron en cómo podían afectar a los ciudadanos que poco a poco iban viendo cómo los locales de toda la vida cerraban mientras los trabajadores pasaban a cubrir los puestos de las fábricas, rodeados de químicos y máquinas peligrosas. Txani también «toca» la violencia de género, la precariedad de la clase obrera, la poca solidariad que tenemos a veces con las personas que compartimos edificio y las brechas que hay en la forma en la que nos relacionamos con otras personas.
Pero pese a ello, Los últimos románticos es un canto a la superación. A aparcar el miedo y superar las heridas del pasado. Es una lectura tremendamente entrañable, dura, real pero que consigue iluminar esas ciudades grises con una mezcla de esperanza y reinvención. Espero poder leer más historias de Txani porque me ha conquistado totalmente.